Biblioteca de Castilla-La Mancha

La Biblioteca Arzobispal de Toledo

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La Biblioteca Arzobispal de Toledo se creó a partir de una Real Cédula de Carlos III, de 17 de febrero de 1771, donde, entre otros temas, se pide reservar “libros para una biblioteca pública en los palacios arzobispales y episcopales, encargando su observancia y práctica en la parte que á cada uno toque”. El arzobispo Lorenzana puso en marcha el mandato de Carlos III a los pocos meses de su llegada a Toledo en 1772 y propuso al cabildo catedralicio que, para evitar la apertura de otra biblioteca, se hiciera pública la Capitular, agregando a ésta los libros que en ese momento había en el Palacio Arzobispal. Al no ser aceptada su propuesta decidió crear la que sería la Biblioteca Arzobispal.

Comenzaron las obras en 1773 adecuando los salones de la planta baja del Palacio y llenando los estantes con los libros particulares de los antecesores de Lorenzana en la sede primada. Puso al frente de la Biblioteca a Pedro Manuel Hernández, hombre de gran erudición, que colaboró con Lorenzana en la edición de múltiples obras y que fue el verdadero organizador de la Biblioteca. Añadió, además, los libros que fue acumulando durante su estancia en México como arzobispo, así como piezas para el Gabinete de Historia Natural y Antigüedades que creó él mismo el Palacio Arzobispal. A este conjunto inicial se incorporaron en el año 1776 los libros procedentes del Colegio de San Eugenio y la Casa Profesa de Toledo, tras la expulsión de los jesuitas que se unieron a los que en 1773 había llegado de los jesuitas de Almagro.

Durante los años que ocupó el Arzobispado de Toledo Lorenzana fue incorporando a la Biblioteca un importante número de libros, tanto los que él fue editando como los títulos que iban apareciendo. En esta tarea colaboraron grandes eruditos como el padre Enrique Flórez, Francisco Pérez Bayer, Faustino Arévalo o el propio bibliotecario Hernández. Es de destacar el extraordinario conjunto de manuscritos procedente de la Sacristía de la Capilla Sixtina que Lorenzana envió desde Roma durante sus últimos años en que fue nombrado embajador en la Santa Sede.

La Biblioteca Arzobispal fue creciendo con la adquisición de libros de bibliotecas particulares. Un destacado ejemplo son los libros procedentes de la familia Palomares -el padre Francisco y dos de sus hijos, Dionisio y Francisco Javier-, personalidades cultas y destacadas de la esfera cultural toledana. Dionisio de Santiago Palomares fue el pintor que llevó a cabo gran parte de los retratos de la Galería de Toledanos Ilustres que Lorenzana mandó pintar para decorar los salones de la Biblioteca. Según Manuel Gutiérrez García-Brazales, la colección de libros no llegaba a 14.000 volúmenes en 1788.

Se vio enriquecida, además, con los libros procedentes de la biblioteca que el infante D. Luis Antonio de Borbón reunió en sus Palacios de Boadilla del Monte y de Arenas de San Pedro. Todos estos libros llegaron a Toledo en el año 1794, junto a su Gabinete de Historia Natural, a través de su hijo Luis María de Borbón y Vallabriga, que fue cardenal arzobispo de Toledo tras la renuncia de Lorenzana. Esta herencia no sería donada de manera oficial a la Biblioteca Arzobispal hasta 1807.  

Era frecuente en esta época la integración de las bibliotecas en un contexto de objetos de arte, antigüedades, mobiliario y riquezas diversas. Por ello, junto a la Biblioteca, Lorenzana creó un extraordinario Gabinete de Historia Natural y Antigüedades, estudiado por Francisco García Martín en 2019. A las piezas que trajo México, se unieron otras que le enviaron a lo largo de los años las personas conocidas que allí dejó. Además, se incluían piezas arqueológicas de la Vega Baja toledana y compras a destacados coleccionistas, como Pedro Dávila o Francisco de Santiago Palomares. Parte de estos fondos se encuentran conservados actualmente dentro de las colecciones históricas del IES El Greco de Toledo.

Para completar la decoración de los muros de la Biblioteca se mandó pintar una Galería de retratos que representaban a personajes ilustres de la Iglesia, la cultura y las artes relacionados con Toledo que fueron encargados al citado Dionisio de Santiago Palomares y, tras su fallecimiento, al pintor Pedro Morales.